sábado, 31 de octubre de 2015

Sócrates y la vida del Alma






Solo te pido que entres a mi casa con respeto. Para servirte no necesito tu devoción, sino tu sinceridad. No necesito tus creencias, sino tu sed de conocimiento. Entra con tus vicios, con tus miedos y tus odios, desde los más grandes hasta los más pequeños. Puedo ayudarte a disolverlos. 

Puedes mirarme y amarme como hembra, como madre, como hija, como hermana, como amiga, pero nunca me mires como a una autoridad por encima de ti mismo. Si la devoción a un Dios cualquiera es mayor que la que tienes hacia el Dios que hay dentro de ti, les ofendes a ambos y le ofendes al Uno. 


Texto de un grabado en oro sobre la puerta del templo de Sekmeth, en Karnak, Egipto. 






La areté, la virtud, de los tiempos heroicos, de los mitos de Homero y Hesíodo, ya no servía en la etapa democrática de Atenas. Con la democracia, se produjo en Atenas un vacío educativo que llenaron los sofistas, proponiendo una paidea acorde con los tiempos. Pero con ella, se estaba mostrando también un nuevo ideal de lo humano: el del ciudadano de éxito social, político y económico, adquirido mediante su formación en el dominio del lenguaje. 

Sócrates, ante la crisis que asola a Atenas tras la guerra del Peloponeso, en el s. IV, opone a este modelo una "educación para el alma". La polis precisa de una rehabilitación moral.  Su propuesta es universalista en tanto que él, con su actividad educativa, busca las definiciones, los conceptos, de las virtudes éticas y políticas, como el Bien y la Justicia. Desde su intelectualismo moral, asume que conociendo el Bien, los ciudadanos serán virtuosos. La tarea educativa sobre Atenas la quiere realizar Sócrates, pues, ayudando a cada uno, con la ironía y la mayéutica, a alumbrar la Verdad por sí mismo. 


La Verdad reside en el Alma. Y esta es universal porque el Alma es lo divino que hay en cada uno. No olvidemos que el ser humano es, en la Antiguedad, una microcosmos dentro del cosmos, unidad divina. 













El hombre es un microcosmos y, por tanto, todo está ya en él: "conócete a ti mismo". Así indica el oráculo de Delfos el camino de la Verdad. Conocer lo divino que hay en nosotros, buscar la felicidad del Alma mediante el cultivo de la filosofía, que no es sino la indagación, junto con los otros, por medio del diálogo. A diferencia de los sofistas, que emiten largos discursos (dado que ellos son sophós), Sócrtaes habla, pregunta, desconcierta a su interlocutor y lo lleva a las puertas del camino, es decir, al "solo sé que no sé nada". Entonces el alma está preparada para indagar acerca de la Verdad, Solo entonces, pues no es posible adentrárse en la búsqueda mientras no se hayan arriesgado todos y cada unos de los viejos prejuicios, preferencias y servidumbres de la caverna. 



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